No fue Colón ni Magallanes quienes lo descubrieron. La idea de una Tierra redonda tiene raíces mucho más antiguas… y fascinantes.
Durante siglos, los seres humanos han mirado al cielo y al horizonte en busca de respuestas. ¿Qué hay más allá de esa línea que separa el mar del cielo? ¿Y si uno camina lo suficiente, llegará al borde del mundo? Preguntas como estas acompañaron a la humanidad desde tiempos antiguos, alimentando mitos, temores y, con el paso del tiempo, descubrimientos fascinantes.
Hoy sabemos que la Tierra es redonda. Pero lo interesante no es solo saberlo, sino comprender cómo llegamos a esa certeza mucho antes de tener satélites, telescopios espaciales o fotografías desde la órbita. Esta historia es una de las mayores pruebas del poder de la observación y del ingenio humano. Porque antes de que lo dijera la tecnología, lo dijo la lógica… y una vara.
Del mundo plano a las primeras dudas
Durante milenios, diversas culturas imaginaron la Tierra como un plano flotando sobre aguas primordiales, sostenida por animales míticos o protegida por dioses. Era una interpretación natural: a simple vista, el suelo no parece curvarse y los objetos caen en línea recta. El mundo parecía plano y estable, y era lógico construir mitologías alrededor de esa idea.
Pero algunas mentes inquietas comenzaron a notar inconsistencias. En el siglo VI a.C., Pitágoras, además de filósofo, fue matemático y astrónomo. Le fascinaban los círculos y las esferas, a las que veía como formas perfectas. Para él, era natural imaginar que los cuerpos celestes, incluida la Tierra, debían tener esa forma. Más tarde, Platón también habló de un planeta esférico, aunque sin pruebas concluyentes.
Fue Aristóteles, sin embargo, quien reunió observaciones concretas. Señaló que durante un eclipse lunar, cuando la Tierra proyectaba su sombra sobre la Luna, esa sombra siempre era curva, sin importar la posición del eclipse. También notó que ciertas constelaciones visibles desde Egipto no podían verse desde regiones más al norte, lo que solo era posible si la superficie de observación estaba curvada. Estas pistas empezaban a formar una imagen distinta del mundo.
Eratóstenes: un sabio con sombra y paciencia
Eratóstenes no era un conquistador ni un profeta. Era un bibliotecario. Uno que vivía entre papiros y mapas, curioso por naturaleza y observador por vocación. En el siglo III a.C., desde la gran Biblioteca de Alejandría, escuchó que en la ciudad de Siena (hoy Asuán), durante el solsticio de verano, el sol iluminaba un pozo sin dejar sombra. No era una leyenda, era un dato.
Intrigado, colocó una vara vertical en Alejandría al mismo tiempo del día y comprobó que, ahí, sí había sombra. Midió su ángulo —aproximadamente 7,2 grados— y, conociendo la distancia entre ambas ciudades, hizo un cálculo simple usando geometría elemental. No tenía telescopios, ni relojes atómicos. Solo una vara, una sombra… y la capacidad de pensar.
Y fue así, con nada más que luz, tierra y razón, que midió la curvatura del planeta. En una época donde los dioses explicaban casi todo, él eligió mirar al suelo y hacer cuentas.
Con un gesto casi invisible, dibujó la forma del mundo.
La Edad Media no fue tan oscura como parece
Existe una idea muy extendida en la cultura popular: que durante la Edad Media la mayoría de las personas —incluso los más ilustrados— creían que la Tierra era plana. Esta creencia, sin embargo, ha sido exagerada y malinterpretada con el tiempo.
Muchos pensadores medievales, especialmente en el ámbito cristiano y musulmán, conocían los textos clásicos y aceptaban la esfericidad de la Tierra como un hecho. Lo que sí estaba en debate no era su forma, sino su tamaño y la posibilidad de habitar tierras en el hemisferio sur, conocidas como las “antípodas”.
Cristóbal Colón, en el siglo XV, no emprendió su viaje para “demostrar que la Tierra era redonda”, sino para abrir una nueva ruta comercial hacia Asia navegando hacia el oeste. De hecho, subestimó el tamaño real del planeta, y fue esa equivocación —más que una supuesta ignorancia medieval— la que generó escepticismo en sus contemporáneos.
Décadas después, la expedición de Fernando de Magallanes (finalizada por Juan Sebastián Elcano tras la muerte de Magallanes) completó la primera vuelta al mundo. A su regreso, no había más dudas: la Tierra era redonda, navegable, y su curvatura podía recorrerse… con suficiente tiempo, viento y coraje.
La Tierra es redonda… y la curiosidad también da vueltas
Más allá de imágenes de satélites o mapas interactivos, entender que la Tierra es redonda no requiere tecnología de punta: basta con observar, hacerse preguntas y atreverse a comprobar. La historia de cómo lo descubrimos es también una historia sobre nosotros mismos: sobre nuestra necesidad de entender el mundo que habitamos.
Desde sombras en un pozo hasta estrellas que cambian con la latitud, la evidencia ha estado siempre al alcance de quien decide mirar más allá de lo evidente. Porque si algo nos enseñan estos descubrimientos, es que la curiosidad es una fuerza tan poderosa como la gravedad.